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Sufrir una guerra o una catástrofe duplica la posibilidad de padecer un trastorno mental

Fotografía: Olmo Calvo
Un refugiado con las manos en la cara en el campo de personas refugiadas en Idomeni, Grecia

Sufrir una guerra o una catástrofe duplica la posibilidad de padecer un trastorno mental

En el Día Mundial de la Salud Mental, apostamos por una atención sanitaria que atienda tanto los síntomas físicos como los psíquicos
Esencial

“La falta de acceso a servicios básicos y al mercado de trabajo, la ausencia de ocio y la falta de visión de un futuro halagüeño afectan directamente a la salud de las personas, y pueden ser detonantes de crisis agudas de ansiedad, brotes psicóticos o adicción a sustancias tóxicas”

Lo constata la Organización Mundial de la Salud, pero en realidad es fácil deducirlo. Cuando las personas se ven atrapadas en un conflicto armado u obligadas a huir de él, o cuando sobreviven a un terremoto o a un huracán, lo que han vivido marcará sus vidas y las hará más vulnerables a sufrir problemas mentales. Cuando se pierden las anclas (el hogar, la familia cercana, el trabajo y la posibilidad de tenerlo en el futuro), las reacciones a tamaña incertidumbre pueden desestabilizarnos.

Ese riesgo lo sufren millones de personas en todo el mundo, de Siria a Grecia, de Angola a México. En todos esos contextos encontramos historias de mujeres y hombres que se han visto obligados a huir con lo puesto para salvar su vida o para poder asegurársela mínimamente a sus hijos e hijas, que se enfrentan a la incomprensión cuando no a la discriminación directa en el país de acogida, que se ven abocados a afrontar un futuro en forma de agujero negro.

Normalmente, el estrés llega y luego se va. Pero cuando las situaciones que lo provocan permanecen en el tiempo -como ocurre con las personas refugiadas cuya estancia se ve eternizada en campos pensados para ser temporales- los sentimientos de miedo, ansiedad e incertidumbre persisten y como consecuencia, los altos niveles de cortisona se convierten en tóxicos para el sistema inmunológico. Así, muchos de los síntomas que se atienden en la atención primaria en salud en estas poblaciones está relacionado con el estrés que sufren. Las dificultades de adaptación al trauma empeoran la calidad de vida de la gente, que ya de por sí es baja: adicciones, falta de autocontrol, desórdenes de personalidad… Si no se tratan, se asumen y se “reprocesan”, pueden lastrar toda una vida y no sólo eso, sino ser “transmitidos” a las nuevas generaciones.

A Angola han llegado más de 30.000 habitantes de la Republica Democrática de Congo huyendo de la región de Kasai, en una emergencia fruto de complejas tensiones étnicas. Pasan por los centros de recepción de Cacanda o Mussungue y muchos acaban en el campo de Louva, donde Médicos del Mundo lleva a cabo un programa comunitario de salud mental y prevención de la violencia de género.

 

José María Freire, psicólogo que ha regresado recientemente de la frontera de Angola tras atender a esta población congoleña, nos cuenta: “La falta de acceso a servicios básicos y al mercado de trabajo, la ausencia de ocio y la falta de visión de un futuro halagüeño afectan directamente a la salud de las personas, y pueden ser detonantes de crisis agudas de ansiedad, brotes psicóticos o adicción a sustancias tóxicas”.

El psicólogo Jose María Freire realiza un taller con personas refugiadas de República Democrática del Congo en Angola
El psicólogo Jose María Freire realiza un taller con personas refugiadas de República Democrática del Congo en Angola

Por eso, tanto en Angola como en Grecia, hay personas que se plantean volver a sus países de origen, sean estos Congo o Siria, a pesar del riesgo para sus vidas. Al menos, conocen el entorno y el estrés por la incertidumbre se reduce.

En Grecia siguen atrapadas más de 60.000 personas, a la espera de una llamada, de una noticia que desbloquee su situación. Más de 15.000 permanecen en las islas del Egeo. Proceden de Siria y Afganistán, entre otras nacionalidades. La falta de soluciones hace que tengan que enfrentarse además a un aumento del rechazo por parte de la población local, que se ve obligada a “competir” por los mismos y escasos recursos en un país azotado por una larga y profunda crisis económica.