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MicroRedlatos

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Me despertó el dolor de cabeza. Busqué un analgésico, pero solo encontré bicarbonato. Otra vez sentí el cansancio conocido bajo la ducha demasiado fría, y como el espejo me devolvió más delgada y ojerosa de lo que solía y las sienes me seguían latiendo de una forma inclemente, decidí caminar hasta el consultorio  para ver a un médico. Una joven administrativa negó sin levantar la vista y me explicó, condescendiente, que “los tiempos han cambiado, abuela, y los pensionistas deben pagar por la atención”.  Tras una discusión absurda, en lugar del remedio que pedía, salí de allí con una fotocopia indescifrable que, me aseguró, facilitaba los trámites para hacerme con una  tarjeta para indigentes.

Cerca ya del ayuntamiento logré entender qué misteriosos documentos exigían, pero cuando llegué al mostrador mis esperanzas de conseguirlos se habían desvanecido. Además, no  era capaz de recordar qué puñetas me había llevado hasta allí.