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Alarma en los campamentos tras detectarse los primeros casos de coronavirus en Tinduf

Fotografía: Médicos del Mundo

Alarma en los campamentos tras detectarse los primeros casos de coronavirus en Tinduf

Refugiad@s saharauis: un confinamiento de 44 años

La población ha resistido a 44 años de destierro, de temperaturas extremas, de una mesa puesta a base de una cada vez más ajustada ayuda internacional y de una falta abrumadora de horizontes. Hasta ahora, resisten también al contagio de la pandemia de la COVID-19, que mantiene en jaque al mundo.  

En cuanto algunos países empezaron a cerrar fronteras y sus poblaciones a quedarse en casa, el Comité de Prevención de la COVID-19 en los campamentos de personas refugiadas saharauis se apresuró a tomar medidas para evitar una catástrofe: que una población muy vulnerable, con un sistema de salud precario, sufriera una pandemia de estas características. A fecha de hoy, cero casos, cero contagios; un respiro a su pesar. Sin embargo, Argelia -que acoge a estas personas refugiadas en el desierto-, es uno de los países africanos más castigados por la pandemia, con más de 4.200 contagios y 453 fallecidos. El pasado 1 de mayo, el Ministerio de Salud argelino confirmaba los primeros seis casos en Tinduf, una bomba de relojería teniendo en cuenta la cercanía con los campamentos.  

A las medidas preventivas decretadas por Argelia, como el cierre de fronteras, este Comité saharaui sumó la clausura de los diferentes campamentos (wilayas) y de los centros socioeducativos, prohibió actos públicos y reuniones y limitó los movimientos a los estrictamente indispensables para garantizar los servicios básicos, como las tiendas de alimentación. Además, se organizaron campañas de sensibilización de la población y se reorganizó y reforzó la estructura sanitaria en cada wilaya. 

Hemos tomado todas las medidas posibles. Hemos creado grupos locales y regionales, con profesionales distribuidos para detectar casos y asegurar la implementación de las medidas. Vamos jaima por jaima -casa saharaui hecha de lona- y familia por familia enseñando estas medidas”, explica el presidente del Comité de prevención del COVID 19 en los campamentos, el doctor Abderahaman Mohamed Lehbib. 

 

Un sistema de salud herido: un solo hospital y ninguna UCI 

El sistema de salud saharaui depende económica y estructuralmente de las organizaciones de ayuda humanitaria y de la colaboración puntual del Ministerio de Salud de Argelia. Su ya precaria infraestructura, con solo un hospital en la capital administrativa, Rabuni, y sencillos dispensarios en cada uno de los distritos (dairas), se enfrentaría a una situación extrema con una pandemia así. Sin disponer siquiera de una UCI, las muestras para las pruebas de PCR se tienen que enviar a analizar a la capital argelina -situada a 1.700km- en avión militar.   

El acceso regular a medicamentos y equipos necesarios para garantizar el derecho a la salud de la población refugiada se ha visto afectado por esta crisis. También los programas de salud mental o vacunación y distintas comisiones médicas, como la de pacientes crónicos o con patologías oftalmológicas, que han tenido que ser canceladas. 

Ante esta delicada situación, nuestra organización, que trabaja en los campamentos desde hace más de una veintena de años, y que provee a la población del 80% de los medicamentos esenciales, ha hecho una compra de emergencia de fármacos y suministros (soporte respiratorio, analgésicos, antibióticos, cloruro de sodio, etc.) para atenuar el posible impacto de una emergencia sanitaria como la que causaría la COVID-19, gracias a la donación de fondos de la Oficina de ayuda humanitaria de la Comisión Europea (ECHO).

Sin embargo, las condiciones de vida en los campamentos y los escasos recursos económicos de los que dispone el Ministerio de Salud tienen como consecuencia que el número de personal cualificado para atender una posible demanda de emergencia sanitaria sea muy limitado

 

¿Qué ha cambiado en el día a día de la población saharaui? 

Las y los saharauis viven su propio confinamiento desde hace 44 años, cuando huyeron de su hogar bombardeados por Marruecos. Desde entonces, habitan este trozo de desierto prestado, con pocas posibilidades de conseguir un pasaporte argelino y un visado para salir de esa cárcel de arena y piedra. “Estamos acostumbrados, la situación de encierro que experimentan muchos países estos días es muy parecida a nuestro día a día desde hace cuatro décadas”, apunta Leila Mohamed, una saharaui que sigue con preocupación las noticias que le llegan estos días a través de las redes sociales. 

Aunque el plan de contingencia de la pandemia ha evitado hasta ahora el registro de casos de COVID-19 en los campamentos, el cierre de fronteras, la falta de ayuda humanitaria y la brusca reducción de las actividades económicas ahogan un poco más a este pueblo. La alerta sanitaria mundial está derivando en una crisis económica que complica seriamente la subsistencia de las familias saharauis, en muchos casos dependientes de remesas de España y otros países europeos. También se han visto afectadas por las limitaciones de movimiento las principales actividades económicas en los campamentos, como el trabajo informal en pequeños comercios y en la construcción. 

 

La escasez de agua y las limitaciones en el mercado 

Los primeros días subieron mucho los precios, pero después han vuelto a la normalidad por el toque de atención del Gobierno saharaui. Permiten a algunos comerciantes ir a la ciudad de Tinduf a por género, pero evidentemente en mucha menor cantidad que antes de esta crisis. Hay productos que son difícil encontrar en las tiendas, como los huevos o el yogur, porque lo poco que llega, se acaba pronto”, explica Jawala Mohamed, una joven clienta de Dajla. 

Otro de los grandes retos a los que se enfrenta la población saharaui es la escasez de agua. Hay un alto riesgo de que las instalaciones de saneamiento y de aprovisionamiento de agua y saneamiento no queden garantizados, dificultando que las familias sigan los consejos sobre higiene durante el confinamiento.  

 

Un ramadán sin mezquitas y un cole sin alumnado

El habitual jolgorio propio de la tarde, con los niños y niñas jugando fuera de sus casas después del colegio, es ya una constante todo el día. La ausencia de tecnología para continuar las clases de forma online da por terminado un curso al que le han robado el tercer trimestre. Los centros para personas con discapacidad también cerraron sus puertas en la misma fecha, y quienes los ocupaban llevan semanas encerrados en sus jaimas. 

Además, la restricción del movimiento ha llegado en el mes sagrado para los fieles musulmanes, que celebran el ramadán o ayuno. En este periodo, es usual el encuentro entre familiares y amigos para romper el ayuno y rezar. “Ahora, como las mezquitas están cerradas, nos juntamos en una casa solo la familia y hacemos el rezo juntos tras el iftar (ruptura del ayuno)”, cuenta Galia Salem, otra joven refugiada. 

 

Pequeños y pequeñas refugiadas sin Vacaciones en Paz 

Más de 4.000 niños y niñas saharauis -de entre 10 y 14 años- que pasan cada verano en España con familias de acogida, a través del programa solidario Vacaciones en Paz, tampoco podrán viajar este verano debido a la pandemia. El objetivo de este programa es alejarles de las altas temperaturas del desierto -que rozan los 60 grados en esta época-, reforzar su alimentación con una dieta variada y pasar revisiones médicas, así como aprender el idioma y tejer fuertes lazos entre las familias saharauis y la españolas.  Las familias contarán con un apoyo menos este verano y los menores se enfrentan a unos meses duros bajo condiciones precarias. Porque un confinamiento en el refugio, es un doble confinamiento. 

Un llamamiento urgente 

Por ello, hemos hecho un llamamiento junto a otras organizaciones humanitarias internacionales que operan en los campamentos, como ACNUR, el PMA y UNICEF, entre otras, para reclamar fondos que ayuden a la prevención de la COVID-19 y a evitar un mayor deterioro de la situación humanitaria. La tasa de anemia entre mujeres, embarazadas y madres lactantes ha aumentado hasta superar el 73% y el porcentaje de malnutrición entre los niños menores de cinco años se aproxima al 25%, como señala el comunicado. También hay un alto porcentaje de personas con diabetes y presión arterial alta. Las ONG piden ayuda para hacer frente a estas necesidades urgentes en sectores básicos como agua e higiene, salud, nutrición, educación y protección. 

 

¿Qué hace Médicos del Mundo? 

Ante esta pandemia, además del aprovisionamiento de medicamentos, colabora con el Ministerio de Salud en el diseño y puesta en marcha de su plan de respuesta a la epidemia, gracias a su experiencia en prevención y control de riesgos, así como en el traslado de personal sanitario a sus centros de trabajo para garantizar que se cumplen las medidas de seguridad colectiva en beneficio de la salud pública. 

Un hombre desinfecta el calzado en una tienda de los campamentos de personas refugiadas saharauis.
Un hombre desinfecta el calzado en una tienda de los campamentos de personas refugiadas saharauis.